jueves, 29 de mayo de 2008

Las dos mitades

Pasada la primera semifinal copera, campea el optimismo entre las tropas boquenses. ¿Triunfalismo inconsistente? ¿Arrogancia desmedida? ¿Confianza imprudente? Ni tanto ni tan poco. Si algo nos enseñó la última década xeneixe es cómo sobreponerse con aplomo y toneladas de coraje a los paisajes más adversos del continente. Los ejemplos abruman: América de México (2000), Palmeiras (2000 y 2001), Paysandú (2003), River (2004), Libertad (2007) y Atlas (2008), los más destacados.
Asimismo, no es menos cierto que cada definición al límite como la que asoma en Río de Janeiro tiene condimentos propios. Veamos. Fluminense nunca arribó a una instancia de este tipo -idéntico ejemplo al del efímero Once Caldas de Colombia-, computa todas victorias en el Maracaná y solo recibió un gol en contra, tendrá el apoyo de 80 0 100 mil personas, advierte el duelo como un choque entre países más que de clubes, sostiene su ilusión en un equipo que juega bien. Es decir, para ser benévolos, el escenario no escatima riesgos. Más aún: lo que se espera en Brasil es todo riesgo.

Sin embargo hay algo, en la opinión del cronista, que inclina la balanza en favor del xeneixe. Por un lado, lo dicho: el Boca más ganador de la historia es capaz de cualquier épica futbolística. Los antecedentes no resisten mayores contrapuntos. Pero, además, nadie debería subestimar el otro componente medular de la saga boquense. Precisamente, hoy Boca en la Copa Libertadores es un fenómeno en sí mismo. Su derrotero incluye altas mediciones de ráting, sesudos debates callejeros, audiencias en vilo, titulares grandilocuentes, justas alegrías en masa, efectos residuales en los otros. Se trata de un factor que juega aunque se lo minimice.
Reponer este elemento, en consecuencia, supone mirar la mitad del vaso. La otra, fiel a sus raíces, hace rato que rebosa de gloria y de pasión.

martes, 20 de mayo de 2008

El Nosotros de River


El sentido de pertenencia es un factor prioritario a la hora de explicar la trascendencia del fútbol: su pasión desmedida, su rol en el tejido social, su influjo poderoso en los ánimos colectivos. Acentuado en los últimos años por atrevesamientos múltiples (ausencia de otros campos de referencia, auge de lógicas massmediáticas, novedosas estéticas juveniles), se trata de un elemento vital en el imaginario de los hinchas, sea para afirmarse o diferenciarse ante los otros. También para dotar de mística a un club.

El calamitoso presente de River admite ejercitar interrogantes emparentados a biografías, identidades y viejos estigmas. ¿Qué emblemas propios resisten a las profundas divisiones que azotan a la entidad millonaria? ¿Hay sentido de pertenencia? Más crudamente: ¿Existen sólidos argumentos que delimitan un nosotros y ellos? En principio cabe no eludir la decisiva responsabilidad de la dirigencia ante semejante desmadre deportivo e institucional. Al cabo, lo que transmite el fútbol de River es el fiel espejo de quienes lo conducen.


Ahora bien, el desmanejo dirigencial tuvo ramificaciones inesperadas. Lo que antes era (es) culpa de una gestión oscura hoy se extiende al público e interpela de lleno a los hinchas. Nueva incógnita: ¿quién quiere ser hoy de River? Ensayando un arbitrario pronóstico, difícilmente haya masivas adhesiones a la causa de la banda roja tras los últimos episodios. ¿Por qué? Porque River actualmente es todo menos un club del que alguien quiera ser parte.


Y aquí entran a tallar los componentes: el equipo hace rato no tiene una actuación consagratoria amén de la escasez de títulos, los dirigentes no logran dar respuestas ni éticas ni competentes a los mandatos de una institución modelo décadas pasadas, la barrabrava irradió de violencia cada rincón del Monumental y la hinchada sin armas convivirá por años con las acusaciones de Oscar Ahumada y el infeliz gesto de un sector del público en arrojarle maíz a sus representados. Lo que emerge, por tanto, es un cuerpo fragmentado y enfermo.


En consecuencia, y empezando por la imprescindible renovación dirigencial, River deberá recurrir a un sentido de pertenencia borrosamente presente en la memoria de sus hinchas. Acaso sea el retorno a la escuela de Pinino Más y Reinaldo Merlo, la búsqueda de una señal compartida o la apuesta a sembrar otro horizonte desde la primera edad. Como fuera, la tarea demandará no menos de 10 años.


En tiempos de identidades volátiles y pleno apogeo de la ley del éxito, habrá que ver si un nuevo Nosotros le alcanza para ser.


lunes, 19 de mayo de 2008

Jugar al fútbol de la sonrisa


Por Ariel Scher

gentileza Diario Clarín

Resultadistas del mundo, sépanlo: salga como salga Lanús, igual Ramón Cabrero es un maestro en conseguir resultados. El otro día, alguien quiso averiguarle padecimientos porque su equipo sumaba derrotas. Y él, más sencillo que brillante o más brillante que sencillo, contestó lo que escasea: una verdad. Dijo que en el fútbol hay que disfrutar mucho los buenos tiempos y no sufrir más de la cuenta cuando toca perder. Como no usó los libretos del circo de la pelota, nadie replicó. Ahí está el resultado: Cabrero hizo pensar.Cabrero suele proclamar certezas pequeñas que se contraponen con los discursos histéricos que conquistan oídos y televisores. Pero acá sobresalió. Sí, se puede perder. Se puede perder y no pasa nada. Se puede perder y perder puede promover tristezas breves, pero no más que eso. Sin embargo, de todo lo que está innecesariamente amplificado en el fútbol, lo más evidente es la incapacidad de tolerar la derrota. Hay veces en que los sonidos de los medios de comunicación y, como efecto y contagio, los de las tribunas hacen suponer que la posibilidad de perder, tan natural y no menos digna que la de ganar, no cabe en el juego. Cabrero explica lo contrario: el juego del fútbol, como cada juego, es mucho más una oportunidad de construir felicidades que una invitación al drama. Los dramas de la vida, queda claro en Cabrero, son o deberían ser otros.Casi como Cabrero se expresó Claudio Borghi apenas asumió como entrenador de Independiente. Lo interrogaron severamente sobre su futuro inmediato y, también entre lo sencillo y lo brillante, advirtió que convenía evitar desmesuras. Debió pronunciar Borghi una afirmación obvia que en esta edad de exageraciones suena como una revelación: "No hay partidos de vida o muerte".Tomás Guasch, un talentoso periodista español, acaba de dedicarle un texto a Roberto Fontanarrosa en el que le cuenta lo que sucede con el fútbol. "Señor Negro -escribió-, estamos rodeados de tipos muy raros, gente que ve fútbol y no sonríe". Impacta, pero así es. Por suerte, aún suenan voces -como la de Cabrero, como algunas otras- que invitan a la sonrisa, a disfrutar del fútbol. Al mejor resultado.

martes, 13 de mayo de 2008

Gestos


Pasó el jueves con Abreu y D'Alessandro y pasó el último domingo con Martín Palermo: no hay ídolos intocables y suena legítimo desde una rápida lectura. Así como los futbolistas tienen derecho a trocar de camiseta en cuestión de meses, asesorarse con intermediarios, periodistas-empresarios o proyectar su carrera después de los 30 como panelista televisivo, por qué no ocurriría algo parecido con los hinchas. Es decir: ¿por qué el simpatizante habría de ser leal? ¿Dónde está firmado el contrato de incondicionalidad? ¿Todos pueden cambiar excepto él?
De cualquier modo, la crispación del ambiente asoma como el gran tema de fondo. ¿'Qué le pasa al hincha'?, insisten las agendas del caos. Y en realidad no es nueva esa interrogación, es apenas el llamado de atención que tiende a reponer al fútbol en su justo lugar. ¿El objetivo? Resguardar el juego del morbo.
Celebrado en la pantalla y presuntamente incomprendido según la opinión de expertos, el mentado morbo funciona en la medida que evite el desmadre imprudente. Si ocurrierese esto último, no tardarán en llegar ni la condena enfática ni el discurso exculpatorio. Entre otras cosas, porque no es negocio la muerte de un jugador, técnico, árbitro o periodista con el logotipo 'vivo' a la derecha del visor.

Exageraciones aparte, algo parece ocultar la narración dominante. Nótese que la conducta del hincha se amolda al ambiente en el cual respira. Ergo, no hay nada ilógico en sus formas de actuar. Si el relato únicamente destaca el éxito porque perder es intolerable y la felicidad depende del fútbol y los que pierden siempre están perdiendo, qué otra reacción puede esperarse si no la de la desmesura y el agravio repentino. Esperar una respuesta diferente es de alarmante ingenuidad o de dudosa honradez.

Así las cosas, y salvo excepciones, emerge una evidencia: también los afectos están mutando y nada parece resuelto. Sepan los encomendados de la carroña que el límite devino más difuso que nunca. Antes que ponderar cómo debe portarse un hincha, o a quién tributarle cariño, conviene mirar el todo. Y en el todo -léase en este fútbol sumido en negocios a la orden del día-, lo que no abunda son precisamente gestos de amor.

jueves, 8 de mayo de 2008

Superó todo pronóstico


Empapados de tanta bebida, conviene suspender -por un rato- el brindis y desandar claves y particularidades del celebrado título albo. Repasando los últimos 10 años, pasó de todo en el club de Jonte y Segurola. Veamos.

En el 99 penó la derrota en semifinales con Juventud Antoniana (2-5) que lo hubiera acercado a una final con Chacarita. ¿El premio? Un ascenso a primera división. Las consecuencias de la chance perdida por aquel equipo liderado por el Walter "Pescadito" Paz y el "Tanque" Gustavo Bordi, entre otros, fueron devastadoras. Dos años después, All Boys descendió a la B Metro tras varios desaciertos dirigenciales. Todos recuerdan, por caso, a Orestes Katoroz, un personaje de los que dañan al fútbol. La temporada finalizó con la amarga noticia del ascenso a primera de Nueva Chicago, clásico rival.

Mientras el verdinegro no paraba de cosechar elogios en la máxima categoría, el 2003 trajo nuevos sinsabores para Floresta: ante El Porvenir (hoy en la C), el cuadro dirigido por Carusso Lombardi quedó en la puerta de abandonar la B Metro. Fueron dos empates en un tanto que dejaron bronca por la polémica ventaja deportiva y cierta resignación por el futuro cercano. Cada vez más competitiva, la tercera división albergó a entidades prestigiosas en 2004/2005 que desestimaban la posibilidad del ascenso inminente. Platense, Tigre, Deportivo Morón, Temperley, Almirante Brown, Atlanta, Los Andes comenzaban la temporada con idéntico objetivo al de All Boys: conseguir el único ascenso que hasta hoy ofrece la divisional.

Hubo que esperar al campeonato en curso para renovar ilusiones y conseguir el título luego de 15 años. A partir de la gestión de Roberto Bugallo, el presidente, se contrataron cotizados jugadores (Ariel Zárate, el Siberiano Madeo, Fernando Sánchez, los más salientes), llegaron otros a préstamo y se le abrió paso a una camada de jóvenes formados en la institución. El resultado superó las expectativas. Una campaña de 81 puntos (restan 9 aún y podría ser el de más eficacia si se compara con los otros campeones de las distintas categorías) y un equipo que respetó el estilo ofensivo que siempre distinguió a este club.

Párrafo aparte para la hinchada, piedra basal del título. Meses antes del descenso en 2001, un grupo de jóvenes, muy tímidamente, portaba una remera con la inscripción "Por el sueño de la tribuna Miranda" cuando el estadio aún cobijaba vacíos y tablones.
Por si había dudas: también desde el sentimiento genuino se construyen logros trascendentes.

martes, 6 de mayo de 2008

A vos


A los que hicieron posible el milagro: jugadores, cuerpo técnico y dirigentes.
A los hinchas que levantaron la tribuna Miranda, y levantaron la tribuna Chivilcoy, y levantaron resultados adversos mediante su tenaz aliento.
A quienes sufrieron los tormentos del descenso, siempre dolorosos, siempre ensañados con All Boys.
A los que saben del derrotero de un equipo barrial y no esconden la cabeza.
A Floresta, monótono y entrañable a la vez.
Al Loco Seria, al Monito Zárate, a Palópoli y Ferraresi, ídolos de la infancia.
Al Facha Bartelt, Solchaga y el Cabezón Sánchez por creer que una camiseta vale tanto, o más, que un puñado de billetes.
A las tres generaciones que lo vieron campeón (72,93 y 2008) y a los albos que vendrán.
A los que se emocionaron con Luna de Avellaneda y conocen de clubes y afectos y encuentros en medio de la noche.
Al Gringo Scotta, héroe de una tarde, a Richard Tábarez, cacique de infinitas batallas, al Tano Passini y el Cabezón Magán, goleadores del pasado. A Brunetti y Moravec, arqueros de un solo club.
A la empresa Georgalos, marca emblema de la institución por los siglos de los siglos.
A los que vivieron algo parecido a un All Boys-Chicago.
A los que dividen la vida en blanco y negro.
Y a quienes creen que detrás de una pelota hay montones de razones para ser feliz.