martes, 18 de noviembre de 2008

Ecos de batalla

Desafiante y escudado por la múltitud de cámaras, plumas y micrófonos amigos, Carlos Bilardo intentó reavivar una vieja polémica en su primera aparición pública como secretario técnico del seleccionado. "Están muy flu", espetó ante los cronistas, en un mensaje supuestamente dirigido a un sector del periodismo que desde hace décadas no comulga con su ideario futbolero ni sus procederes dentro y fuera del rectángulo.

Una particular observación la del ex entrenador de Estudiantes, Deportivo Cali y la selección de Libia, empecinado en reponer un debate que marcó a fuego al fútbol argentino pero que se vislumbra agotado. Y si no está agotado, persiste como rémora de enriquecedoras discusiones en torno al juego y sus implicancias. Nada más.


Deberá Bilardo, en consecuencia y si es que no lo sabe, revisar opiniones actuales y asomarse al mundo que lo rodea. Pasados los fuegos del 86 y el 90, si de algo puede estar tranquilo es del reaseguro anímico y profesional que le profesan los medios de comunicación a los cuales desafió en la conferencia de prensa. Con múltiples y habilísimas estrategias, cabe reconocer. Por las pantallas desfilan el loco, el divertido, el obsesivo trabajador, el ganador nato, el gran conductor, el sabio profeta, el estudioso obstinado, el indicado para todos los cargos, el revolucionario de un tiempo que lo extraña y exige su retorno. Pues bien, llegó el turno de Bilardo, ahora en su flamante cargo de supervisor. Pero atención: las fructíferas polémicas se apagaron como su ciclo de entrenador del seleccionado y pertenecen a una época sepultada en su propia crónica.

Otro tiempo


El periodista Jorge Búsico, precisamente, opinó con acierto sobre este malentendido en el semanario Miradas al Sur. "El hombre pidió que esta nueva etapa de la selección no fuera algo 'flu', que quería más críticas y palos. Sabe que no será así. Si alguna vez hubo un debate futbolero entre las líneas que supuestamente sostenían Menotti y Bilardo, ese debate ya no existe desde hace un tiempo porque lo ganó ampliamente Bilardo gracias a las loas que recibe de empresarios y periodistas ligados al fútbol. En la televisión, los defensores de Bilardo se esparcen por todos lados: desde el canal Encuentro hasta los programas de chimentos. Y en la radio, de una punta a la otra del dial, salvo con un par de excepciones. Habrá 'flu' -según su diccionario- desde ese lado".


El comentario refuerza la teoría de que nada de lo que dice y hace Bilardo es casual. Consciente de los favores y apoyos que recibe y recibirá, le ofrendó a todos -amigos y enemigos- la prueba de su triunfo en el regreso a la selección. Como si se tratara de una batalla sin vencedores, fingió actualizar la vieja disputa futbolera con un segmento del periodismo. Pero, en realidad, aquella batalla terminó pese a que no se diga. Por eso, tal vez el Narigón y sus serviles operadores hayan disfrutado como pocas veces su triunfo, perdurable triunfo vale decir.


Y en parte lo es: significativas porciones de hinchas-consumidores que avalan el despojo de la AFA, los mandatos de ganar o morir, el negocio televisivo, las ocurrencias de Héctor Veira y aquellos actos criminales como descomponer a un rival o pisarlo, son muestras inapelables de que, literalmente o no, Bilardo y los suyos vienen ganando por robo.


De modo que nada debiera preocupar al ex entrenador excepto la lucha contra el tiempo (su tiempo) y ese minísculo grupo que aún lo combate en los márgenes de la prensa masiva. Cerrada una fase del debate, la del bilardismo-menottismo, en esa delgada línea que media entre lo perdurable y un genuino deseo de cambio, acaso se abra una zona para la continuidad del litigio. Con otras características, otros lenguajes y, ojalá, otras consecuencias.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El laberinto millonario


La renuncia de Diego Simeone como entrenador entrenador millonario moviliza sentimientos de distinto tipo: tristeza, hidalguía, lástima, rabia, desconcierto, resignación. Pasó lo esperable aunque la noticia sorprende a muchos. Un año intenso el del Cholo, un año plagado de deshonras, fugas, vacíos, heridas, fisuras, congojas, errores múltiples. También un año donde River volvió a salir campeón luego de cuatro tormentosos años, racha que amaga con perpetuarse con y sin Simeone, con y sin Ortega, con y sin Kaka, Cristiano Ronaldo o Javier Mascherano.

Es grave el problema de River, ciertamente. Entrenadores o jugadores con alguna reputación sucumben a los traumas de un club convertido en una cascara vacía y apartado de cualquier épica, redención o venganza deportiva. Arrastrados por la derrota, perdidos en el laberinto, no se salva absolutamente nadie: ni los viejos ídolos ni los arribados con chapa (que juegan bastante menos que Zapata) ni los pocos pibes del semillero ni los hinchas ("silencio atroz", una maldad futbolera de un jugador nacido en el club).

Esa es la norma establecida y no podría ser de otro modo si se atiende el mensaje dirigencial. Una vez más y pidiendo disculpas a los lectores:"Aunque a nadie le importe, River tiene su instituto educativo, aquí se practican decenas de disciplinas y las filiales crecen en el interior, pero bueno, parece que hay que ganar porque sino se viene el fin del mundo".

Ocurre Aguilar -imaginando un diálogo en primera persona-, que si se no se gana en fútbol lo demás redunda en beneficencia, dádiva hueca, orgullos más localizables y menos expandidos, trabajo para las propias conciencias. Una mentalidad chiquita y mediocre en un club gigante, un club que cuenta con miles de hinchas en todo el país. En consecuencia, quien asuma en reemplazo del Cholo padecerá el mismo escarnio, ese mensaje que daña e invalida disfrutar de una institución que fue bandera y que marcó el punto más alto del fútbol bien jugado en Argentina junto al Huracán campeón del 73.

Hoy la historia, lamentablemente y como quiso esta dirigencia, olvida sus glorias. Más: las combate. No hay orgullos, no hay épicas, no hay razones para enfrentar el mundo y afirmarse en los primeros colores y, lo peor, no hay deseo. River es un club que no desea y tal vez en ese vacío existencial radica la renuncia de Simeone. Su mano enyesada, el grito enfurecido, el discurso sensato apelando al intento por superar adversidades ofrece una lectura: ese hombre que gesticulaba y buscaba una clave entre tanto espanto, estaba vivo. Demasiado vivo.

En lo sucesivo, cabe esperar idénticas situaciones a las del presente: hinchas apesadumbrados, ídolos en retirada, técnicos incendiados. La crónica de siempre. Debe haber pocas cosas que avergüencen tanto.



lunes, 3 de noviembre de 2008

Central y River: apuntes de fondo


Los dos perdieron el clásico por la mínima, naufragan en los últimos puestos de la tabla, presentan incorregibles dirigencias y contemplan, impotentes, la dicha ajena. Y no cualquier dicha, la enemiga. Sin embargo, Rosario Central y River exhiben otros puntos en común, a veces omitidos en el fárrago diario: ambos movilizan multitudes y simbolizan una historia, un tiempo futbolero olvidado, una mística envolvente, un sueño colectivo de muchos y defendido por muchos. Porque no es del todo cierto aquello de que grande se nace, la grandeza también responde a una trayectoria y a una identidad. Una construcción. Y a canallas y millonarios los distinguió -los distingue- ciertos atributos: canteras abundantes, espectacularidad tribunera, el fin de un juego inequívocamente suyo. "Jugar a lo River", "ganar a lo Central".

La actualidad devuelve grisura crónica, patetismos de toda especie, sinsentidos de una época que los trasciende, los domina, los agobia y los confina a un prudente silencio. Cuerpos indolentes en el cual conviven el castigo deportivo y lo grotesco amplificado en cada repetición del colapso. Anunciado, groseramente lógico.

Los dos están ahí, solitos en el fondo, propensos a nuevos tormentos futboleros. Retazos de una historia que deambula en otras camisetas y otras siluetas. Pero que se resiste a extinguirse, como una pasión maldita entre tantos malditos.