martes, 7 de abril de 2009

La picadora


Las recientes declaraciones de Américo Gallego contra sus jugadores parten de un engañoso y difundido supuesto: aquél que otorga a los entrenadores una importancia excesiva y definitiva. Alcanza con asomarse a las conducta exhibidas por los técnicos para confirmar la eficacia de ese equívoco. El gesto de Gorosito simulando un cabezazo goleador, los aportes de Zubeldía para agilizar o entorpecer el juego y la confiscación de balones por parte de Carusso constituyen ejemplos de primera mano.

Hecha la advertencia, cabe desandar los significados que encierra el discurso del ex suplente de Merlo. En primer lugar, la aceptación tácita del mensaje victorioso del establischment periodístico: lo importante es ganar, la derrota es dramática, mano dura a los culpables, el técnico como unidad de sentido sobre el que descansan errores, aciertos, inteligencias, carismas, boberías, cábalas, terquedades, maldades, gestos genuinos. Por otra parte, Gallego aprueba con injustificada iracundia, un fenómeno de época ruinoso para la salud del fútbol, por caso, abrirle la intimidad de un vestuario a esa picadora de carne en la que se han convertido los medios de comunicación. Difícilmente la farándula futbolera renuncie a un convite que asegura escándalos, ventas y miradas de voyeur toda la semana. Claro, también hay espacio para editoriales moralizantes en nombre de los nunca explicitados códigos.

El gesto de Américo promete nuevos capítulos. La reconcialiación con los players en caso de encadenar un par de victorias, o la profundización del cortocircuito si Independiente agudiza su naufragio. Todo en un ambiente donde los técnicos cabecean, interrumpen ataques y, especialmente, esconden no solo pelotas sino también la autocrítica por el penoso panel que hacen.

Es aconsejable, por tanto, mirar atrás. La vieja E en blanco y negro, esa que todavía honra Ramón Cabrero y tantos otros, persiste como referencia vital de un tiempo donde lo más trascendente, lo más intenso, lo auténticamente placentero, transcurría en noventa minutos. No más.