jueves, 27 de agosto de 2009

El ejecutivo


El flamante cargo de Carlos Bianchi desató controversias acerca de la función del manager. Función importada de Europa, presuntamente beneficiosa para los clubes y demandada no solo en tiempos de crisis. Pensemos en el cuadro xeneize como ejemplo paradigmático: Bianchi regresó por tercera vez a la institución tras la obtención de un título local y la aparición de una promisoria camada de juveniles como reaseguro económico de la entidad. Un club, Boca, que acumuló logros y prestigio internacional sin manager, aunque con el Virrey sentado en el banco.
Aceptada la necesidad de un gerente -o técnico deportivo para ser más precisos-de acuerdo con la observación de los dirigentes xeneizes, se levantaron voces críticas contra Bianchi a raíz de turbias campañas periodísticas, en algunos casos, y de un profundo desconocimiento sobre las tareas encomendadas, en otros. En rigor, no hay tradición sobre la figura del manager en Argentina, un país donde los éxitos futbolísticos se explican más por la conjunción de las célebres tres patas (jugadores, entrenador y dirigentes) que por un administrativo iluminado. Acaso Boca, si logra encadenar sucesivos triunfos, sea el club que aporte una nueva pata a la causa.
Por otra parte, existen otras entidades que incorporaron manager, si bien con responsabilidades menores a las de Bianchi, hombre fuerte en las decisiones económicas y deportivas que toma el club xeneize. Vélez, con Cristian Bassedas; Independiente, con César Menotti; Newell's, con Gustavo Dezzotti; y hasta Unión, con Nery Pumpido, confían en los aportes de un director deportivo. Dos de esos clubes también confían en un salvador. Distintos son los casos de Lanús -lo tuvo a Ramón Cabrero hasta su partida a Colombia- y Carlos Bilardo en el Seleccionado, ya que sus respectivas contrataciones respondieron a otros objetivos, en buena medida orientados a la formación de talentos (Cabrero) y la supervisión enfermiza del quehacer cotidiano (Bilardo).
Pero volvamos a Bianchi. Gran parte de las críticas que recibe no focalizan en la imagen distorsionada de este nuevo cargo, muy asociado a las premisas de orden y progreso del viejo Continente. Por el contrario, el cuestionamiento remite al sujeto y sus circunstancias: la supuesta pereza, el alto perfil, los dineros embolsados, los desplantes de otras épocas. Críticas que se agravaron, además, por la lógica exitista instalada en la sociedad y por tratarse de un rol muy bien rentado.
Sin embargo, algunos hechos recientes remiten -aunque sea indirectamente- a ciertos logros del manager, que es decir Bianchi. Luego de un semestre para el olvido, Boca participó dignamente en la Copa Audi Cup, se aseguró una plaza el próximo año con iguales o superiores oponentes, equilibró las finanzas con una buena política de compras y ventas, y concretó el regreso de Alfio Basile, técnico exitoso en la historia del club. Todo bajo la gestión Bianchi. Aupiciosos datos, sin embargo, que la mayoría de los críticos jamás reconocerán.
De todos modos, y más allá de los enconos personales, conviene detenerse en el manager como unidad de sentido, como promesa restauradora. Un rol que, culturalmente, no termina de aceptarse en nuestro medio. Y que concibe peligrosas mutaciones en el admirado Viejo Continente. El idealista y exitoso ejecutivo Jorge Valdano podría brindar un buen testimonio.