La imagen recorrió el mundo pero no pierde vigencia, jamás la perderá. Alex, hincha del Spartak de Moscú, cumplió el sueño del pibe con un zurdazo esquinado que desató, minutos después, la envidia mundial. Panzón y bajito, el ruso merece el reconocimiento eterno de quienes imaginamos y soñamos lo mismo en los primeros pasajes de la infancia: el gol para el club amado, el grito candoroso de la hinchada, la corrida hacia la nada porque después de la conquista, cuando el eco de la tribuna comienza a apagarse, cuando el cuerpo recobra los sentidos, cuando el zurdazo se proyecta en la fría noche de Moscú, cuando los ojos enrojecidos miran el mundo menos perplejos, después, poco después, difícilmente haya algo más en el fútbol. Alex se retiró del fútbol. Alex transgredió la infranqueable línea de cal el mejor día de los días. Lo que sigue es un relato nostálgico y orgulloso de un hombre que creyó en la felicidad detrás de 22 naipes persiguiendo una pelota. Su relato transparente jamás será el de un futbolista frustrado.
lunes, 21 de septiembre de 2009
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