La guardia periodística apostada en la Boca no debe confundir a plantel y dirigentes de los restantes cuatro grandes ni a representantes de otras divisas. Así como la pelota no descansa, lo mismo cabe para las cámaras. Las cámaras y show del fútbol son actores protagónicos de la saga.
El tema es viejo y recurrente pero alarmante en sus novedosos capítulos de solo reparar en que una disputa entre dos jugadores -no casualmente enfrentados a través de los medios-, sumada a la conducta de un arquero en crisis, condicionan el humor de un segmento del público.
Un botón de muestra sin pretensiones científicas: quien simpatiza con un club, en buena medida no se aflige solamente por una transitoria derrota sino por la narración periodística de ahí en adelante capaz de admitir comentaristas evaluando el destino de entrenadores cuestionados, agentes de prensa partidarios editorializando agresivamente sobre sus rivales, transmisiones en cadena con el rostro de los perdedores. Circo variado en sus contenidos, gozoso y con múltiples resonancias.
Hoy le toca a Boca ser centro de los flashes, aunque nadie sale indemne de acuerdo con una lógica de época en la cual veinticuatro horas de programación tampoco bastan para emitir nuevas crónicas sobre la nada. Notas de un vacío cultural que interpela a una porción de las audiencias en dos sentidos: cuando ceden sus propias opiniones al cronista de turno y cuando olvidan cuál es el libreto que recita el monopolio desde hace dos décadas.
Existen, pese a ello, acciones imperceptiblemente emancipatorias. Por ejemplo, saber que entre el hall y el cabaret, hoy tan habituales, hay una escala que vale la pena. Y allí también hay fútbol.
1 comentario:
Hola
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