La quincuagésima edición de la Copa Libertadores de América deparó novedades en su grilla. Una de ellas refiere al esperado retorno de Peñarol de Montevideo, primer campeón del certamen, club que cobijó al goleador histórico, Alberto Spencer, y referencia obligada entre equipos sudamericanos que forjaron una mística copera (los argentinos Independiente, Boca y Estudiantes; San Pablo y Cruzeiro de Brasil , Olimpia de Paraguay y Nacional de Uruguay revistan en este ítem).
No parece casual este regreso aurinegro si se considera que parte del lugar que supo ganarse la Libertadores en el corazón de los hinchas -el torneo más importante del continente-, abreva en páginas gloriosas escritas por el cuadro manya a lo largo de casi medio siglo. Y subrayamos el "casi" porque de 1987 a esta parte, Peñarol y su historia, su mística envolvente, sus noches de hazañas, su presencia imponente, el respeto de los otros, la estirpe distinguida, desaparecieron súbitamente de la escena principal. Atrás quedaron los esfuerzos de viejos dirigentes que pugnaron por jerarquizar la competencia (auténticos responsables de que el torneo dejara de llamarse Copa Campeones de América con la firme decisión de reeditar el pasional clásico charrúa a nivel internacional), los primeros duelos contra el Santos de Pelé, los notables consagrados en el certamen (Morena, Rocha, Aguilera, Vidal, Aguirre, Trasante, el citado Spencer), el récord de participaciones.
El presente, en cambio, descansa en rastros borrosos de aquellas lustrosas campañas, apenas interrumpidas con alguna buena performance en la desaparecida Supercopa o al arribar a tramos decisivos -no finales- de la propia Libertadores. Por eso, el anuncio a jugar la Copa número 50º trajo entusiasmo en hinchas uruguayos, pero también en todos aquellos que sabemos que parte del encanto del fútbol remite a tradiciones, recuerdos, olores y climas donde anida el mito. O, más concretamente, en ese imán desde el cual las pasiones se proyectan y perduran.
La dura goleada sufrida ante Independiente de Medellín de Colombia apagó, en buena medida, las ilusiones reseñadas en el inicio. Y, tempranamente, Peñarol no continuará en la edición cincuentenaria de no mediar un milagro. Una injusticia de esas que cada tanto, y a veces muy insistentemente, entrega el fútbol. Una ausencia que le quita brillo a la maratónica Copa Santander.
Mientras tanto, flamantes protagonistas animarán los grupos de la segunda fase, entre ellos San Luis y Pachuca de México, Nacional de Paraguay, Everton de Chile y, posiblemente, el aguerrido Anzoategui venezolano. Todos legítimamente clasificados, todos carentes de legados, todos conscientes de que la historia comienza, con justificado derecho, a partir de hoy.
Si acaso sirve como consuelo para los imparciales, Nacional representará al fútbol charrúa en la etapa inicial. Y seguramente no pocos simpatizantes encontrarán una memoria rioplatense, y bien celeste, en los jóvenes del sub 20 que descollan en Venezuela. Aunque la condición presente de ese Uruguay glorioso, crítico, frustrante, definitivamente apasionado por el fútbol, parece corporizar en Peñarol, con sus victorias y fantasmas.