Más allá que Independiente acumula diez clásicos (12 años) sin ganar en la Bombonera, ve amenazada su condición de auténtico Rey de Copas y ha cambiado de signo la paternidad, el partido del domingo ni por asomo reúne condimentos extrafutbolísticos que lo asemejen al del Apertura 96. Sin ser categóricos, pero teniendo en cuenta las particularidades que matizaron la histórica jornada de una década atrás, no se vislumbra un hecho de esa magnitud en el corto plazo. Tal vez una instancia decisiva de Copa o una final de campeonato aunque parece difícil.
Sucede que aquel duelo trascendió a los hinchas y se propagó a las trincheras periodísticas. Y allí, en ese microclima efervescente, las antinomias se expresaron acalarodamente. Con pasión. Porque Menottti y Bilardo, con sus procederes diferentes y sus estilos opuestos, supieron reclutar adherentes que marcaron a fuego el debate futbolero durante décadas. Y, conscientemente o no, voluntariamente o no, las repercusiones mediáticas moldearon el pensamiento de miles de aficionados en torno de gustos y conductas.
No casualmente, el partido jugado en noviembre de 1996 tuvo una cobertura inédita para la época. De hecho, se lo promocionó hasta el cansancio y se lo vivió con sufrimiento en redacciones, radios y canales de tevé. Para bien o mal, entonces, asomaba una historia a narrar detrás de la historia.
La victoria de Independiente permitió a los menottistas enrostrarle la peor de las derrotas a los devotos del resultadismo: como había ocurrido 23 años (1973) volvía a ganar un equipo flaco. Dos a cero contundente en el global. Sin embargo, la discusión no se saldó nunca y, lentamente, fue cediendo a otros intereses, otras disputas, otras conveniencias. Posiblemente indescifrables dado el complejo entramado de negocios que rigen en la actualidad.
Por eso, y por tratarse de un medio sumido en operaciones y cinismos de toda especie, cabe reconocer el debate más atrapante que dio nuestro fútbol. Esa polémica, cuando prevalecieron principios y convicciones de uno y otro bando, contribuyó a enriquecer ideas alrededor del juego. Más, logró que una tarde del 96 muchos hinchas jóvenes y ocasionales espectadores comprobaran algo esencial de ahí en adelante: ni más ni menos que saber quién es quién.
Sucede que aquel duelo trascendió a los hinchas y se propagó a las trincheras periodísticas. Y allí, en ese microclima efervescente, las antinomias se expresaron acalarodamente. Con pasión. Porque Menottti y Bilardo, con sus procederes diferentes y sus estilos opuestos, supieron reclutar adherentes que marcaron a fuego el debate futbolero durante décadas. Y, conscientemente o no, voluntariamente o no, las repercusiones mediáticas moldearon el pensamiento de miles de aficionados en torno de gustos y conductas.
No casualmente, el partido jugado en noviembre de 1996 tuvo una cobertura inédita para la época. De hecho, se lo promocionó hasta el cansancio y se lo vivió con sufrimiento en redacciones, radios y canales de tevé. Para bien o mal, entonces, asomaba una historia a narrar detrás de la historia.
La victoria de Independiente permitió a los menottistas enrostrarle la peor de las derrotas a los devotos del resultadismo: como había ocurrido 23 años (1973) volvía a ganar un equipo flaco. Dos a cero contundente en el global. Sin embargo, la discusión no se saldó nunca y, lentamente, fue cediendo a otros intereses, otras disputas, otras conveniencias. Posiblemente indescifrables dado el complejo entramado de negocios que rigen en la actualidad.
Por eso, y por tratarse de un medio sumido en operaciones y cinismos de toda especie, cabe reconocer el debate más atrapante que dio nuestro fútbol. Esa polémica, cuando prevalecieron principios y convicciones de uno y otro bando, contribuyó a enriquecer ideas alrededor del juego. Más, logró que una tarde del 96 muchos hinchas jóvenes y ocasionales espectadores comprobaran algo esencial de ahí en adelante: ni más ni menos que saber quién es quién.
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