Los dos perdieron el clásico por la mínima, naufragan en los últimos puestos de la tabla, presentan incorregibles dirigencias y contemplan, impotentes, la dicha ajena. Y no cualquier dicha, la enemiga. Sin embargo, Rosario Central y River exhiben otros puntos en común, a veces omitidos en el fárrago diario: ambos movilizan multitudes y simbolizan una historia, un tiempo futbolero olvidado, una mística envolvente, un sueño colectivo de muchos y defendido por muchos. Porque no es del todo cierto aquello de que grande se nace, la grandeza también responde a una trayectoria y a una identidad. Una construcción. Y a canallas y millonarios los distinguió -los distingue- ciertos atributos: canteras abundantes, espectacularidad tribunera, el fin de un juego inequívocamente suyo. "Jugar a lo River", "ganar a lo Central".
La actualidad devuelve grisura crónica, patetismos de toda especie, sinsentidos de una época que los trasciende, los domina, los agobia y los confina a un prudente silencio. Cuerpos indolentes en el cual conviven el castigo deportivo y lo grotesco amplificado en cada repetición del colapso. Anunciado, groseramente lógico.
Los dos están ahí, solitos en el fondo, propensos a nuevos tormentos futboleros. Retazos de una historia que deambula en otras camisetas y otras siluetas. Pero que se resiste a extinguirse, como una pasión maldita entre tantos malditos.
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