Después de escuchar los análisis de la final entre Vélez y Huracán, resulta evidente qué esperaba el poder del fútbol de la final. La consagración del Globo hubiese sido una derrota del imperio comunicacional en Argentina, de sus relatos intencionados, de sus imágenes obscenas, del melodrama continuo que no necesita desdramatizadores, ni paciencia, ni reponer el carácter lúdico de este deporte. La primera estocada fue efectiva: un sobreimpreso miserable en torno al técnico de Huracán. De allí en adelante, la prudencia hasta el desenlace porque este Huracán de la carencia y la humildad movilizó al pueblo futbolero como hace tiempo no ocurría. Con un dato adicional, imposible de mensurar: nadie desconoce qué posición tiene Cappa sobre la nueva ley de servicios de comunicación audiovisual. Y todos sabemos la disputa que mantiene el Gobierno Nacional con el conglomerado mediático más importante del país.
La resultante es una vez un triunfo conocido, que cansa pero que habrá que aceptar hasta tanto organicemos una resistencia de hinchas. Es una ley de época nunca escrita, nunca democrática, nunca justa con los méritos de los justos. Pero la lectura debiera no nublarnos del todo. Vélez merece otro trato y no haríamos ningún aporte a la causa si minizamos lo realizado por el cuadro de Liniers. Vélez es también uno de esos clubes condenados al olvido y la referencia a pie de página. El poder del fútbol, esta vez, eligió el mal menor.
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