Es otro de los grandes de la región que, en este 2011 turbulento e impredecible, atraviesa un momento delicado y penoso. Con una salvedad en relación con cercanos casos: este club tiene una historia particular, algo irracional constitutivo digamos, manifiesta en numerosos episodios de gloria y frustaciones sucesivas que delinean su compleja identidad. América de Cali, el más popular de Colombia, suma a su biografía de computar mayor cantidad de títulos en el país cafetero junto a Millonarios (13 títulos) y a su escuálida nómina de éxitos en el ámbito internacional (con 4 subampeonatos en la Copa Libertadores; 1985, 1986, 1987 y 2006, y la obtención de la Copa Merconorte en 1999), erigirse como el primer club importante de Colombia en disputar la Promoción para evitar un descenso inédito dado que los Diablos Rojos, Los Escarlatas o La Mechita, tres de sus motes, nunca bajó a la segunda categoría.
Determinados factores que desembocaron en el peor momento de su trayectoria no constituyen novedad alguna: malas administraciones, impaciencia ante malos resultados, coletazos de la crisis económica del país, inversores ajenos al club. Pero sí, y pese a que esto se ha reseñado en Colombia hasta el cansancio, sobresale por encima de cualquier otro aspecto un hecho relevante, desconocido en otras partes el continente, que explica el derrumbe del América. La lista Clinton, impulsada por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos a fin de "combatir el narcotráfico", impuso restricciones y castigos por los vínculos de América con el cartel de Cali (los hermanos Rodríguez Orejuela), lo cual generó un bloqueo económico que hizo mella en la institución. Más de allá de los esfuerzos pasados y presentes del Estado y de algunos dirigentes por sanear a la entidad, deviene evidente que aquella medida sumió a los Diablos Rojos en un caos institucional de significativas proporciones cuyos efectos, previsiblemente, abarcarían al plano deportivo. La Promoción, impensada para muchos que creen en la invulnerabilidad de ciertos equipos, es una entre tantas consecuencias. Ni más ni menos importante que otras como haber cedido parte de su patrimonio, abrirle la puerta a nuevos agentes privados y, fundamentalmente, perder buena parte de un prestigio bien ganado a raíz de hechos oscuros (corrupción, negocios tramados, ayuda externa), no solo en su país sino en sudamérica.
Por fortuna para América, no existe chance de que se concrete el descenso. Por un lado, porque en el partido de ida marcó claras diferencias con Patriotas, el club que juega en la B, al empatar 1 a 1 en condición de visitante, incluso con un jugador menos. Y por otro debido a los fuertes intereses en juego relativos a una entidad suficientemente grande en un país que lo necesita deportiva y económicamente. Alcanza con revisar lo que produce comercialmente (dirigentes avizoran un descalabro de perder la categoría) y con el pulso de un entorno que vive con tensión el desenlace. El Tren Valencia, recordado por los argentinos, así lo sugirió al declarar: "Una final del fútbol colombiano sin América es como un Mundial sin Brasil. La Primera A sin los Diablos Rojos es más o menos lo mismo".
Ya no juegan Willington Ortiz, Antony D'Avila, Roberto Cabañas, Jorge Bermúdez, Alex Escobar, Ricardo Gareca, Julio César Falcioni, Jorge Da Silva, Juan Manuel Battaglia, Fredy Rincón, Harold Lozano, y tantos otros de las últimas tres décadas. Apenas Jairo Castillo, hoy titular, 7º goleador histórico de los Diablos, evoca al viejo América: el de la mística copera aún en la derrota, el reconocido como segundo mejor equipo del mundo, el que inspiró la frase "Pasión de un pueblo" y músicas coloridas en diversos géneros. Algo de ese América, como en otros clubes grandes de la región, todavía bulle.
Tozudamente, bulle.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
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