Cae la noche en el viejo Cilindro y detrás del mítico estadio Perón sucede un festejo. Medido, razonable pero cargado de emoción. Atrás queda un drama que ningún hincha de fútbol quisiera vivir y mal hacen -hacemos- quienes opinan sobre este deporte en rotular como drama un transitorio descenso. Seis meses detrás de una obsesión, ya no un fantasma, comunicado con subtitulados catástrofe y editoriales apocalípticas.
De repente llega una andanada de mensajes de textos: "Maxi y yo abandonamos los antidepresivos", "ahora necesito dormir", "chau calvario", dicen los tres primeros. No es para tanto, pienso, aunque sobrevivir al fútbol mediatizado de estos días requiere de aplomo, mucha fuerza interior, extrema serenidad.
El gol de Maxi Morales le devolvió el alma a estos hinchas que hoy celebran un triunfo y mañana entenderán que ningún revés futbolero implica renunciar al amor de siempre, la felicidad de un puñado de horas, el orgullo defendido a flor de piel en virulentas reuniones con amigos. También entenderán que perder no es desaparecer ni claudicar al disfrute de un juego en el cual se gana y se pierde. Pese a que solo quien lo padece sabe del sufrimiento, ellos lo entenderán.
Estos amigos, cuando pase la borrachera y retornen al mundo, advertirán un paisaje diferente luego de un semestre con preocupaciones y sonidos de tragedia, con fraudes propios y ajenos, con cargadas crueles y nada folclóricas.
Pero deberán protegerse, eso sí, cuando una nueva ola de fantasmas imponga sus miedos y sus lenguajes tenebrosos. Están avisados.