
Pero hay otras lecturas que dispara este nuevo título millonario, el número 33 de su suculenta foja. "Campeonato de la necesidad" como lo definió el Cholo, River sufrió este torneo. Por las urgencias que gobiernan al fútbol, por la deficitaria gestión actual y, sobre todo, por la noche más dolorosa en la historia del club. Las derivaciones de aquel duelo copero ante San Lorenzo persisten en los hinchas. Aquello fue una estocada fulminante al orgullo, un quiebre en la identificación con los colores, una daga directa al corazón. Allí esta el maíz como prueba inapelable. Reponerse a ese vendaval interno y externo configura el mérito principal del nuevo campeón.
De todos modos, conviene separar los tantos a riesgo de que la fiebre exitista oscurezca los últimos sucesos. River de aquí en más tendrá una exigencia superior en todos los órdenes: como se dijo en este espacio, jugar mejor, liberar ansiedades, apuntalar las divisiones inferiores, reordenarse deportiva e institucionalmente. Tarea que demandará esfuerzos colectivos y compromiso dirigencial. Al cabo, nadie resurge sin voluntad y ganas de salir adelante. Ni siquiera quienes presumen de eternos ganadores, como si el éxito fuera nada más que juntar victorias en fila sin importar maneras, circunstancias, gustos, tradiciones.
Dicen que los campeones revelan cosas. Este logro de River, sufrido y festejado, no acredita un cheque en blanco: también conlleva desafíos y abriga esperanzas. El partido más importante, contra toda estadística, aún no lo ganó.
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