En su edición del 3 de marzo, el diario La Nación publicó un extenso informe relacionado con la proliferación de sitios web que permiten piratear partidos de fútbol y eventos deportivos en todo el mundo. La nota, presentada con cierta corrección política, recoge opiniones divergentes de dirigentes y empresarios en torno al fenómeno. Primer dato: en su gran mayoría, representantes de las empresas que tienen los derechos exclusivos de las transmisiones no ocultan su preocupación. Segundo dato: el texto cita como ejemplo contundente el caso de la industria discográfica, cuya sangría de ventas no se detiene fruto del éxito de programas gratuitos que posibilitan bajar música. Tercer dato: la nota abunda en información referida al impacto que sufriría el poder del fútbol de continuar esta tendencia entre los usuarios.
Más interesante, no obstante, son los comentarios dejados por los lectores de La Nación -quienes precisamente no suelen cultivar la discreción y la tolerancia- respecto del artículo. Allí, encontramos reflexiones que, abrudamoramente, señalan al monopolio televisivo y sus exclusividades y paquetes carísimos como culpables de la piratería.
Es un avance en la conciencia de público que, al mismo tiempo, repone una paradoja vinculada a los dueños del fútbol. Cablevisión/Multicanal, por caso, ofrecen tanto el servicio de cable como el de internet dado que son ellos quienes concentran el negocio en materia comunicacional. Mientras el cable exige cifras astronómicas para ver los partidos, internet entrega una cómoda y rápida solución: ingresar al portal roja.directa para ver los encuentros desde ahí. Es decir, una rama del producto global combate a la otra.
En definitiva, y pese a justificar a los piratas del espacio, la solución final ante el despojo no proviene de paliativos ni gestos minísculos. Organizarse colectivamente, sea para discutir a la televisión u otros turbios negocios concretados entre sombras, es el desafío que nos debemos desde hace rato.
Más interesante, no obstante, son los comentarios dejados por los lectores de La Nación -quienes precisamente no suelen cultivar la discreción y la tolerancia- respecto del artículo. Allí, encontramos reflexiones que, abrudamoramente, señalan al monopolio televisivo y sus exclusividades y paquetes carísimos como culpables de la piratería.
Es un avance en la conciencia de público que, al mismo tiempo, repone una paradoja vinculada a los dueños del fútbol. Cablevisión/Multicanal, por caso, ofrecen tanto el servicio de cable como el de internet dado que son ellos quienes concentran el negocio en materia comunicacional. Mientras el cable exige cifras astronómicas para ver los partidos, internet entrega una cómoda y rápida solución: ingresar al portal roja.directa para ver los encuentros desde ahí. Es decir, una rama del producto global combate a la otra.
En definitiva, y pese a justificar a los piratas del espacio, la solución final ante el despojo no proviene de paliativos ni gestos minísculos. Organizarse colectivamente, sea para discutir a la televisión u otros turbios negocios concretados entre sombras, es el desafío que nos debemos desde hace rato.
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