lunes, 15 de junio de 2009

Saberes


El rol protagónico de los entrenadores, sus gravitantes dones, sus espectacularismos y didactiquismos, sus modos gestuales y sus decisivos acciones para promover victorias o engendrar derrotas, ya no son objeto de análisis. Aceptemos que la discusión está perdida y hoy el ambiente futbolero focaliza como nunca en la historia en el perfil de los técnicos. El muestrario es amplio y abarca estatuas de agradecimiento, participación en paneles de tevé, supersticiones, indumentarias, cantitos tribuneros. La lógica exitista obliga a detenerse en los técnicos y sus capacidades. Para la crítica feroz o para el elogio desmedido.

Poco se habla, en cambio, de los plazos de su trabajo, de su relativa influencia, de su ideario futbolero, de la sobrexposición que muchas veces les hace perder la brújula y ceder convicciones. Por eso se trata de una causa perdida. Hoy la imagen de un entrenador es igual de poderosa que el jugador-ídolo de turno. Pensemos, sino, en la cantidad de veces que los enfocan las cámaras. Ni hablemos de la esperas de las conferencias de prensa: verdaderos interrogatorios en busca de morbo y frases altisonantes.

Sin embargo, también los entrenadores pueden aportar a otros fines y reponer debates que exceden la crónica amarilla o el apunte de color. Un ejemplo es el equipo de Angel Cappa. De repente vuelve la vieja dicotomía Menotti-Bilardo, y el público-consumidor discute qué es jugar bien, disfruta una buena jugada, olvida las entrevistas post-partido de los cronistas de campo, imagina goles y gambetas en futuros partidos. Es decir; deja de mirar el banco para concentrarse en el juego y su potencialidad para emocionar desde el arte, la simpleza, los valores éticos y estéticos que encierra una propuesta futbolera. Afortunadamente Cappa no es el único.

Claro que conviven con una cifra alta de colegas dispuestos a no resignar el lugar asignado. Porque a muchos técnicos les hacen creer que son ellos los únicos grandes responsables de una buena o mala campaña. La resultante es un largo monólogo de obviedades y lugares comunes y, en caso de victorias, autobombos indigeribles ("gané 5 partidos (..), tengo 4 campeontos locales", de Américo Gallego) y enseñanzas a cargo de expertos (toda la obra de Carlos Bilardo). Con el último gran aporte: las nuevas estrategias motivacionales mediante extractos de películas heroicas, redentoras, épicas. Que muchos de estos audiovisuales cobijen violencias o desprecios no parece preocupar a los entrenadores. En nombre del triunfo, vale todo. Pisalo, pisalo.

Frente a este panorama, y ya definido el esquema que otorga beneficios y castigos a los entrenadores, existen una zona donde encontrar fisuras. El presente victorioso de Huracán, que es decir el presente victorioso de Cappa, acaso produzca contagios. Entonces volveremos a mirar el juego y las destrezas de los jugadores. Lo otro, aquello aleatorio al juego, es un complemento que a veces divierte, a veces enoja y del cual aprendemos casi nada.

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