Por Ariel Scher
fuente Clarín
Emocionado, emocionadísimo, ese hombre del Interior llegó hasta Avellaneda, soportó los soles empecinados de este febrero, se paró en la esquina de las calles Alsina y Bochini, leyó tres veces la palabra "Bochini" y, al final, habló con la boca sabia y con el alma entera. Habló para decir una verdad: "El fútbol no sería fútbol si no tuviera símbolos". Así es.¿Así es o así era? El fútbol funciona ahora como un gran espectáculo capturado por la economía de mercado. Y la economía de mercado ubica a los símbolos del fútbol (las camisetas, los jugadores, lo que sea) igual que a todos los símbolos: son mercaderías. Los arrasa, los altera o trata de apropiárselos.Todos los intermediarios y montones de dirigentes prefieren comprar y vender jugadores más que apostar a que sean símbolos. A diferencia de lo que sucedía en épocas de negocios más chicos y menos vertiginosos, los hacen jugar un rato en un club, otro rato en otro club y luego en un club más. No anudan pertenencias. Están de paso y la gente los percibe de paso. Imposible que se vuelvan símbolos.Hay instituciones poderosas de Europa que trabajan el tema. Saben que necesitan símbolos y elaboran estrategias para construirlos o mantenerlos. No surge del azar la decisión del Real Madrid (una entidad experta en activar su simbología) de que Raúl e Iker Casillas firmen contratos que los liguen al club de por vida. No es casual que, al llegar al Liverpool desde el Atlético de Madrid, al delantero Fernando Torres le enseñaran la historia mítica a la que se sumaba. No sorprende que el Milan le avise al mundo que Paolo Maldini jugó para el equipo 1.000 partidos. No es ilógico que -muchas veces por falta de políticas; muchas otras por falta de dinero- la mayoría de los clubes argentinos ahora no consoliden Jugadores/símbolos.Ocurre que el fútbol es muchas cuestiones, pero sobre todo es una identidad. Y una identidad es una memoria que se sostiene, una historia que continúa y unos símbolos que conmueven. Habría cien maneras de explicarlo, pero ninguna tan eficaz como ver a ese hincha que no para de mirar la esquina de Alsina y Bochini. Se sigue emocionando.
fuente Clarín
Emocionado, emocionadísimo, ese hombre del Interior llegó hasta Avellaneda, soportó los soles empecinados de este febrero, se paró en la esquina de las calles Alsina y Bochini, leyó tres veces la palabra "Bochini" y, al final, habló con la boca sabia y con el alma entera. Habló para decir una verdad: "El fútbol no sería fútbol si no tuviera símbolos". Así es.¿Así es o así era? El fútbol funciona ahora como un gran espectáculo capturado por la economía de mercado. Y la economía de mercado ubica a los símbolos del fútbol (las camisetas, los jugadores, lo que sea) igual que a todos los símbolos: son mercaderías. Los arrasa, los altera o trata de apropiárselos.Todos los intermediarios y montones de dirigentes prefieren comprar y vender jugadores más que apostar a que sean símbolos. A diferencia de lo que sucedía en épocas de negocios más chicos y menos vertiginosos, los hacen jugar un rato en un club, otro rato en otro club y luego en un club más. No anudan pertenencias. Están de paso y la gente los percibe de paso. Imposible que se vuelvan símbolos.Hay instituciones poderosas de Europa que trabajan el tema. Saben que necesitan símbolos y elaboran estrategias para construirlos o mantenerlos. No surge del azar la decisión del Real Madrid (una entidad experta en activar su simbología) de que Raúl e Iker Casillas firmen contratos que los liguen al club de por vida. No es casual que, al llegar al Liverpool desde el Atlético de Madrid, al delantero Fernando Torres le enseñaran la historia mítica a la que se sumaba. No sorprende que el Milan le avise al mundo que Paolo Maldini jugó para el equipo 1.000 partidos. No es ilógico que -muchas veces por falta de políticas; muchas otras por falta de dinero- la mayoría de los clubes argentinos ahora no consoliden Jugadores/símbolos.Ocurre que el fútbol es muchas cuestiones, pero sobre todo es una identidad. Y una identidad es una memoria que se sostiene, una historia que continúa y unos símbolos que conmueven. Habría cien maneras de explicarlo, pero ninguna tan eficaz como ver a ese hincha que no para de mirar la esquina de Alsina y Bochini. Se sigue emocionando.
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