sábado, 2 de febrero de 2008

Todos somos Maradona

Filoso, agudo, irreverente, contradictorio, no es algo novedoso advertir cómo Diego Maradona altera -casualmente o no-, las agendas periodísticas. Y vaya si mueve el avispero mediático con su andanada de frases que meten el dedo en la llega, algunas muy lúcidas, otras risueñas, otras decididamente fallidas. Lo cierto es que para bien o mal, con o sin razón, nada de lo que diga el diez en cada una de sus apariciones públicas queda librado al azar en el relato noticioso. El periodista Leandro Zanoni, sin ir más lejos, le dedicó una sólida investigación titulada "Vivir en los medios" cuyo núcleo argumental suscitó comentarios como el proferido por el escritor uruguayo, Eduardo Galeano. Dijo el autor de "Días y noches de amor y de guerra": "Este trabajo muestra cómo los grandes medios pueden convertirse en fines y a veces terminan comiendo a quienes de ellos se alimentan".
Claro que los coletazos de este complejo vínculo se hace extensivo a la discusión callejera. A todos nos pasa, en menor o mayor medida, que ante la ausencia de Maradona nos invade un vacío indisimulable, y conjeturamos sobre sus pasos, y lo buscamos en medio de las naderías del periodismo deportivo, y lo esperamos para que arremeta con furia en favor de las causas de los justos.
Si se me concede, entonces, para quienes sufren las contradicciones del otro (como si nadie las tuviera), sería aconsejable recortar un Maradona posible entre tantos Maradonas. Para este cronista: el guevarista y amigo de Fidel Castro, crítico del vaticano, Bush y los otros poderes que el imperio nos enseñó a odiar, protagonista activo de la contracumbre saltando con Chávez al ritmo de una popular de fútbol. En definitiva, es una operación factible para aquellos que alguna vez se emocionaron con Maradona: elegir uno de ellos. Y defenderlo, claro.
Recientemente, luego de sus loas al presidente iraní, el diez le confesó al diario Sun de Inglaterra su arrepentimiento por el famoso gol con la mano en México 86. No faltaron quienes, horrorizados, condenaron su autocrítica. Tal vez a algunos le asista la razón. Maradona moviliza sentimientos profundos entre los que más sufren. Pero no se debe olvidar que una gran mayoría, esa que vive del aire generoso de los medios, nutrió su discurso maloliente de aquél gol ilegítimo como si la venganza se consumara en un campo de juego. O juzgando la maniobra como una 'avivada' merecedora de elogios y risotadas
A este Maradona, que hoy puede reflexionar sin tartamudear, lejos de Argentina, nada de aquello le parece gracioso. Al contrario, le da vergüenza eso que otros festejan en nombre de la patria y la viveza.
Sería saludable, en consecuencia, no incurrir en el grave error de interpretar sus declaraciones como una traición, o como una agachada en el corazón del enemigo. Porque respecto a las agachadas y la entrega de lo propio, conviene recordar que otros influyentes personaje de la historia política argentina lo hicieron antes. Y de verdad.

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