Por Walter Vargas
Quién o quiénes habrán instituido la moda de rapar a los chiquilines que se incorporan a los planteles profesionales? ¿Será el asunto tan inofensivo y pintoresco como parece? ¿De qué hablamos cuando hablamos de bautismos? ¿Qué pecado original habrán cometido los tales chiquilines para que se los someta a la humillación de privarlos de ejercer la soberanía de decidir sobre sus cuerpos?Ayer mismo, Olé consignó que Benavídez, Monzón y Chávez fueron sumados a una extensa lista que, por cierto, no se agota en Boca. En este caso fueron Migliore, Palermo y Dátolo quienes con singular entusiasmo se encargaron de oficiar el "sacramento". ¿Los pibes? Bien, gracias. Se resisten hasta donde pueden (probablemente medio en broma, medio en serio), sobrellevan el trago, ponen cara de circunstancia y en el mejor de los casos sonríen para la foto. ¿Qué otra cosa podrían hacer recién llegados a un ámbito igual de deseado que de desconocido? ¿Qué tipo de autoridad podrían esgrimir si, justamente, por el solo hecho de ser nuevos los reciben dejándoles en claro que no tienen autoridad siquiera para elegir cómo quieren peinarse? En el mismo texto aludido, nuestro compañero Horacio García repone un dato sugestivo. Alguna vez, Neri Cardozo se defendió con tal determinación que puso en fuga a los representantes del comité de bienvenida. Neri logró preservar sus cabellos y su honor, pero Oscar Ustari en una situación semejante no tuvo la misma suerte y, le atribuye dimensión de escena traumática. Estos ritos iniciáticos, ligados a la fragua militar, o a los modos pandillescos, no nacieron en el fútbol ni suponen un mal irreparable, pero algo hace ruido cuando el más fuerte se abusa del más débil.
gentileza: diario Olé
domingo, 20 de enero de 2008
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