De no mediar sorpresas, Diego Simeone arribará a Nuñez tal como quería un segmento significativo de hinchas de River. Curioso el caso de las encuestas on line: es tan oprobiosa la realidad millonaria que la mayoría de las compulsas vienen signadas por el desinterés, la amarga resignación de clickear robóticamente o ese íncomodo lugar de votar el mal menor y sin convicciones. Paréntesis: no fue el caso de los últimos comicios presidenciales.
Lo cierto es que el ex jugador de Vélez, Pisa de Italia, Lazio, Inter, Atlético Madrid y Racing, llega con un manto de desprolijidades al cargo. No resultó transparente, o al menos de buenos modales, su despedida de Estudiantes -club que confió en las aptitudes de un deté inexperto- y no parece creíble la historia oficial de su inminente desembarco en Figueroa Alcorta 7597. Digásmoslo sin rodeos: los contactos de River con Simeone datan de los oscuros tiempos passarellianos. Y solo el culebrón público con Ramón Díaz dilató veinte días un acuerdo previamente consensuado en las oficinas de Nuñez.
Desechada la ética de Aguilar, Israel y companía, entonces, asoma un desafío mayúsculo para el hombre del cuchillo entre los dientes: convivir con una dirigencia que naufraga en errores y decisiones reprobables, con jugadores a la medida de ese naufragio y sin margen para improvisar nada. Aunque Simeone, se intuye, debe saber interiormente que llega a un club devastado deportiva e institucionalmente.
A favor, en cambio, tiene fundadas razones para asumir las exigencias de la prueba. Solo con procurar algunos retoques en cómo jugue el equipo, la mentada actitud y un puñado de resultados favorables, el entrenador habrá conseguido su reaseguro profesional. O no, quizás en diciembre de 2008 estemos hablando de un nuevo contuvernio en torno a su figura, negociando con otra dirigencia que tampoco sabe de escrúpulos y cerca de lo que Simeone aspiró desde su retiro como futbolista: la Selección Nacional.
sábado, 8 de diciembre de 2007
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